Antes de terminar el año, aceptemos dedicar unos minutos a reflexionar sobre cuánto de Jesús hay en nuestro «Cristo», si nuestra fe no nos complica la vida como a él, si no somos signos de contradicción.
Poco cambiaría la fe de algunos en Cristo si desapareciera el Evangelio. Porque su Jesús es «a-evangélico», del estilo de los dioses de todas las religiones. Lo adoran igual, lo adornan igual, le dedican ritos parecidos; Jesús (el encarnado) tiene que seguir siendo signo de contradicción. Si no, malo.
Solo quien ama de verdad, con lealtad y entrega total, vive en la luz. Quien no ama su corazón está lleno de tinieblas. El fundamento de la religión cristiana no es la doctrina. La esencia de la propuesta de Jesús es el amor. La experiencia de Dios pasa por la experiencia del amor a los hermanos. Amar a los hermanos es servir, perdonar, acoger, acompañar y levantar.
Quien acoge a un hermano, acoge a Dios. La experiencia de Dios es experiencia de amor al hermano. El amor a Dios y a los hermanos no son dos amores sino un solo en dos dimensiones.
Por eso Jesús será signo de contradicción para aquellos que se dejan conducir por el egoísmo, la prepotencia, la arrogancia, la ambición, la codicia, la discriminación de todo género. Jesús es el amor de Dios con rostro humano. De tal manera que toda persona humana es rostro, presencia, sacramento de Dios. Puede ser que muchos rostros estén ocultados por el pecado, por la presencia del mal.
¿Cómo vives en tu comunidad la experiencia del amor compasivo y misericordioso?
Santo TOMÁS BECKET
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