5º día NOVENA DE LA VIRGEN DE LOURDES



PARA VER CON LOS MÀS CHICOS...

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Santoral: San Pablo Miki y  compañeros mártires
Martirologio y efemérides latinoamericanos: 6.2.1992: Sergio Méndez Arceo, obispo de Cuernavaca, Patriarca de la Solidaridad.

 Marcos 6,30-34 EVANGELIO EN AUDIO

    Recuerdo a un hermano misionero que el domingo de resurrección decía: “el Señor resucitó hoy, pero yo sigo muerto”, para hacer referencia al agotamiento producido por todas las actividades de semana santa: confesiones, predicaciones, celebraciones, procesiones…uuufff… 
  Considero que algo parecido le sucedía a Jesús y sus discípulos. Luego de largas y pesadas jornadas de predicación y combate contra el mal, se sentían agotados, querían descansar un poco, alejarse de la multitud y retirarse a un lugar solitario para recuperar fuerzas y continuar la faena. Pero la gente, cautivada por la palabra arrolladora de Jesús, no se cansaba de escucharlo y de experimentar la salud, el perdón, la compasión y la vida que salían de su boca y de sus manos. Por eso Jesús renuncia a su descanso porque primero está la gente. 
  Qué bueno que los ministros, misioneros, consagrados y agentes de pastoral comprometidos, tuviéramos los mismos sentimientos y actitudes de Jesús, a pesar del cansancio y agotamiento tener siempre la disposición para atender y escuchar con agrado las necesidades y requerimientos de nuestra gente.

QUINTO DÍA - 6 DE FEBRERO: LOURDES, CASA DE LOS POBRES:

¿Quién es Bernardita? Una niña pobre. Y a su pobreza natural vendrán a agregarse otras pobrezas. Cuando Bernardita tenía nueve meses de edad, su madre se quemó por accidente el pecho y tuvo que buscar una nodriza para alimentar a su hija. Año y medio tuvo que quedarse Bernardita con esa señora.
     Cuando Bernardita tenía cuatro años de edad, su padre, que era molinero, sufrió un accidente. Mientras arreglaba una rueda del molino, una astilla le hizo perder el ojo izquierdo.
     Aunque el padre y la madre trabajan duramente, el dinero falta en el hogar. Lo que pasa es que los Soubirous son gente muy buena y acogedora. No saben negarse cuando le piden un favor. No calculan ni exigen y la gente se aprovecha de su buen corazón. Tantas personas les quedaban debiendo, que al fin su padre, Francisco, no pudo seguir adelante y tuvo que dejar el molino y trabajar ocasionalmente en cualquier cosa.
     Gana tan poco que los niños crecen desnutridos y con hambre. De los ocho hijos que tuvo Doña Luisa, la mamá de Bernardita, cinco murieron antes de los diez años. Y la mamá también debe trabajar: lavados ajenos, trabajos en los campos, aparte de los cuidados de la casa.
     Bernardita se preocupa de sus hermanos; pero no tiene buena salud. Había nacido frágil y necesitaba buena alimentación. Conoció todas las privaciones de las familias que no tienen dinero. Sufría del estómago y, a los once años, una epidemia de cólera que azotó la región la dejó en tan lamentable estado que su madre exclamará: “Este ataque la ha dejado todavía más débil y más enfermiza que antes”. El asma, otra de sus enfermedades, la hará sufrir toda su vida y le impedirá tener un desarrollo físico normal: a los catorce años apenas sí representa doce. Con todo eso, su inteligencia tampoco puede desarrollarse normalmente y casi no puede ir a la escuela.
     Llega a la edad de la Primera Comunión, pero todavía no ha aprendido el Catecismo porque no sabe leer. Su nodriza trata de enseñarle algo, pero a Bernardita le cuesta aprender: está cansada de cuidar el rebaño todo el día.
     En 1855 -Bernardita tiene ya once años-, muere su abuelita materna, dejando un poco de plata a la familia; pero no saben invertirla bien. Francisco quiere arrendar otra vez un molino, pero como no sabe leer, firma un contrato en pésimas condiciones. Al cabo de un año, ya están en la calle nuevamente. Y ya no tienen plata para seguir arrendando una casa. ¿Quién le va a arrendar a una familia que no tiene cómo pagar? Un familiar se compadece: les presta una pieza oscura, sucia y mal oliente. Era el antiguo calabozo de la ciudad. Y la familia se amontona ahí, en esa pieza húmeda y fría, sin luz y sin ninguna comodidad. Dos camas para los seis, una mesa, dos sillas, un pequeño ropero y un baúl, y ya la pieza se hace chica para toda la familia.
     Durante el invierno de ese año, Bernardita va a ayudar a su madrina, la tía Bernarda, que tiene un restaurante en la ciudad; pero no le pagan y toda la familia sufre hambre y frío; hay días que no tienen nada que comer.
     Un día acusan injustamente injustamente a Francisco de haber robado dos sacos de harina, y lo encarcelan. Se quedará pocos días adentro, pero la gente lo llama ya ladrón, flojo, borracho, y con esa fama no es fácil encontrar trabajo.
     Después de las Apariciones de la Virgen, las cosas tampoco se arreglaron en la familia de Bernardita: ella siempre se opuso a sacar algún provecho de su situación de vidente. No aceptaba ninguna donación.
     Así es la vida de Bernardita: sin obras, ni escritos, ni triunfos humanos. Su santidad misma es una santidad de pobre. Todo su secreto es la simplicidad. Su vida es una ilustración ejemplar de esta palabra de Jesús: “Te bendigo, Padre, Señor del Cielo y de la Tierra porque has mantenido ocultas estas cosas a los sabios y prudentes, y las revelaste a la gente sencilla”. (Mateo 11, 25)

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