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Los signos de Dios en nuestra casa común

Mt 7 7-12 EVANGELIO EN AUDIO (mp3)

    La oración es la experiencia del encuentro de una persona con Dios. Pero no olvidemos que somos cristianos. Entonces orar es encontrarnos con el Padre que Jesús nos reveló. Y ese Padre es el Dios exclusivamente amoroso revelado por Jesús. Quien se encuentra con el Padre en la experiencia de la oración experimenta, en concreto, que Dios lo acompaña sin condenas, sin rabias, sin irritación. Pero la oración tiene que producir efectos. Hemos creído, a lo largo de nuestra vida, que efectos de la oración es: la consecución de riquezas o las intervenciones extraordinarias (más bien mágicas) de Dios.
     La oración cristiana ha de permitir que en cada creyente aflore la humanidad plenamente. La oración no tiene que volvernos mejores católicos, o mejores religiosos, o mejores adeptos a un credo, no. La oración tiene por cometido volvernos mejores persona. Un cristiano que ora ha de ser una persona de una ética clara y concreta, donde el amor, la inclusión, el perdón, la reconciliación, el respeto fascinante por la diferencia, la defensa de los pobres, el clamor de la justicia, el cuidado de la creación y la bondad sin límite sean la quintaesencia de su vida.

En las enseñanzas finales del sermón del monte, Jesús insiste en la importancia de la oración de petición. Porque la petición supone dependencia. Pero también entraña confianza. La dependencia, unida a la confianza, no es"servilismo"(y pérdida de libertad), sino que es "intimidad". Una persona que le dice a otra: "dependo de ti, pero me fío a ciegas de ti", eso es indicativo de una intimidad, de una estima y de una seguridad mutua que expresa la mejor forma de relación humana que se puede dar entre dos personas. Así tiene que ser nuestra relación con Dios. Por eso es tan importante la oración de petición.

A lo dicho, Jesús añade la famosa "regla de oro", que ha tenido una vigencia universal, desde Confucio en China, pasando por las religiones de la India, así como en Grecia desde Herodoto (U. Luz; L. Philippidis, A. Dihle). Se encuentra en formulación positiva ("hagan a otros...") y negativa ("no haggan a otros..."). En la Biblia, está en Lev 19, 18 y Tob 4, 15. Como es lógico, la formulación positiva suele ser más exigente que la negativa. Porque los posibles deseos del otro son interminables, en tanto que los rechazos se suelen basar, no en posibilidades, sino en hechos que el otro ha padecido. En todo caso, lo que aquí proclama Jesús es que todo cuanto Dios quiere de nosotros (la Ley y los Profetas) se resume en esta convicción universal.

¿Qué nos dice todo esto? Que el Evangelio es fundamentalmente una "ética", una forma de vida, de relacionarnos con los demás. Una forma de conducta que consiste en ir por la vida tratando a todo el mundo como yo quiero que los demás me traten a mí. La medida de la bondad, del respeto, del cariño, de la estima... es lo que yo quiero para mí. Ahora bien, si esto efectivamente es así, lo primero que tenemos que preguntarnos es esto: ¿creo en el Evangelio? O sea, ¿creo en Jesús? Y tanta gente que afirma ser gente cristiana y gente de Iglesia, ¿en qué creen? ¿No estará en esto la causa de que la Iglesia tenga tan poca influencia en la sociedad y en la vida de tantas personas?

Esta «regla de oro» está grabada en el ADN del ser humano. Jesús concentra en ella «la ley y los profetas». Vayamos, pues, a lo esencial. Dejemos de verter en los demás nuestras frustraciones, nuestras envidias, nuestros cabreos. ¿Para qué nos dedicamos a cargar fardos que nosotros no soportamos sobre las espaldas de los demás? Muchas almas mezquinas no pueden soportar que los otros sean felices; provocadores de amargura gratuita y secuestradores de felicidad.

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