«Glorioso patriarca san José, cuyo poder sabe hacer posibles las cosas imposibles, ven en mi ayuda en estos momentos de angustia y dificultad. Toma bajo tu protección las situaciones tan graves y difíciles que te confío, para que tengan una buena solución. Mi amado Padre, toda mi confianza está puesta en ti. Que no se diga que te haya invocado en vano y, como puedes hacer todo con Jesús y María, muéstrame que tu bondad es tan grande como tu poder. Amén».
3. Sí hay un aspecto que sobresale notoriamente en la figura de San José, es su relevancia como testigo de la Salvación. Y es que, después de la travesía de Nazaret a Belén, él ve nacer al Mesías en un pesebre, adorado con sencillez por los pastores y los Magos. De esta manera, José se erige en maestro de la contemplación. Así, Dios se fijó en un hombre humilde, un padre de familia para encomendarle la sublime tarea de cuidar y ver crecer a su hijo unigénito.
Oración final de Patris Corde
Salve, custodio del Redentor y esposo de la Virgen María. A ti Dios confió a su Hijo, en ti María depositó su confianza, contigo Cristo se forjó como hombre. Oh, bienaventurado José, muéstrate padre también a nosotros y guíanos en el camino de la vida. Concédenos gracia, misericordia y valentía, y defiéndenos de todo mal. Amén.
Glorias que se desvanecen
Marcos 12,28b-34EVANGELIO EN AUDIO
El precepto más importante para Jesús se explicita en dos verdades entrelazadas e inseparables: el amor a Dios y a los hermanos. Este precepto que Jesús presenta como la cumbre de la experiencia de fe en su Padre Dios, no se puede entender de forma fragmentada. No se concibe el amor a Dios desentendiéndose de los hermanos. Y tampoco se concibe el amor a los hermanos, sin tener una experiencia existencial y una relación personal con Dios.
Este amor vivido en profundidad, con seriedad, y desde la exigencia que hace Jesús, se convierte en la primacía que debería saturar la vida de un creyente.
Este amor vivido en profundidad, con seriedad, y desde la exigencia que hace Jesús, se convierte en la primacía que debería saturar la vida de un creyente.
Dios es el único. Dios es uno sólo. Pero a él solo se le conoce, se le encuentra y se le sirve en la vida de los otros, de los hermanos, en especial de los más débiles y vulnerables de la historia.
Esta Cuaresma es el tiempo propicio para que cada cristiano vuelva a ratificar el primado de Dios y el del ser humano en su vida.
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