Salve, custodio del Redentor y esposo de la Virgen María. A ti Dios confió a su Hijo, en ti María depositó su confianza, contigo Cristo se forjó como hombre. Oh, bienaventurado José, muéstrate padre también a nosotros y guíanos en el camino de la vida. Concédenos gracia, misericordia y valentía, y defiéndenos de todo mal. Amén.
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Hemos vuelto, con frecuencia, la experiencia de fe una cuestión mágica, una situación en la que los creyentes queremos tener ventajas, frente al resto de las personas. Ese es un mal camino. La fe no es una realidad que nos coloca adelante de los demás. La fe es una experiencia de adhesión al proyecto de Dios, a través del seguimiento de una persona concreta: Jesús de Nazaret y del proseguimiento de su causa: el reino de Dios. Cada creyente está llamado no a creer en Jesús, sino a creerle a Jesús, hasta el punto de proseguir la manera como Jesús nos pide. Esta acción de vivir de acuerdo a la vida y palabra de Jesús trae consecuencias fuertes en la vida. La fe transforma la vida, hacen nuevas todas las cosas, pero no podemos olvidar que la fe en Jesús y en su proyecto acarrea grandes problemas. Creamos en Jesús y liberemos esta acción de toda situación mágica y ventajosa. Experimentemos una nueva vivencia de fe. La vida volverá a renacer.
1. Los estudiosos de los evangelios han analizado cuidadosamente si este relato del IV evangelio es una variante, con ligeras diferencias, del que se encuentra en Mateo y Lucas, en los que se relata la curación del siervo del centurión romano (Mt 8, 5-13; Le 7, 1-10). La diferencia principal entre este relato de Juan y los de Mateo y Lucas está en que aquí se habla de un "funcionario real", de nacionalidad y religión judía, mientras que en los otros evangelios se trata de un militar pagano. El primer"signo", que hizo Jesús, fue el del vino para un banquete de boda (Jn 2,1-11). El segundo fue devolver la salud a un enfermo moribundo, que se relata en este evangelio. Jesús no vivió centrado en las observancias religiosas, sino en la felicidad de las personas.
Lo que menos importa, en la redacción de estos episodios, es precisar si se trata de variantes del mismo suceso o se habla de casos distintos. A fin de cuentas, lo mismo da que Jesús curase al criado (o al hijo) de un judío o de un romano. Lo importante es la preocupación de aquel personaje por la curación y la vida del muchacho. Y el correspondiente interés de Jesús por remediar el sufrimiento del paciente y su familia.
Con frecuencia ocurre que nos interesan más los detalles (sociales, históricos...) que los problemas más graves y apremiantes de la vida. Perdemos más tiempo en resolver curiosidades que en aliviar sufrimientos. Por ejemplo, nos interesan más las técnicas, que facilitan la distracción o la curiosidad, que los avances científicos que pueden mejorar la salud de los enfermos o incluso salvar la vida de tantos moribundos.
Es urgente que sepamos centrarnos en lo fundamental, en las cuestiones que nos llevan derechamente al fondo de la felicidad o la desgracia de las personas.
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