Martes santo


Para recordar los 41 años del martirio de Monseñor Óscar Arnulfo Romero, aquel fatídico 24 de marzo de 1980, compartimos la serie infantil animada de tres capítulos sobre la vida, el pensamiento y la santificación del "más universal de los salvadoreños" y que lleva como título "San Romero del Mundo".


Etapa 19 Isla "La Pobre"

El victimismo como vampiro masoquista


Jn 13, 21-38 EVANGELIO EN AUDIO
        En el evangelio aparece Judas el Iscariote, conocido como el traidor. Tantas veces hemos interpretado a esa figura como un personaje que ha actuado de forma aislada y por simple maldad con el Hijo del Hombre.
      También aparece la figura de Pedro a quien Jesús le pronostica que en el momento definitivo lo negará. Leemos esta negación solo personificada en este personaje. Pero se nos ha olvidado que tanto Judas, con su traición y Pedro con su negación representan a los cristianos de todos los tiempos, nos representan a nosotros.
      Todo bautizado tiene que estar atento, debe detenerse en el camino y revisar la vida, las actitudes, los sentimientos y las palabras. Podemos encarnar en nuestra propia existencia el rol de Judas y/o el de Pedro.
      Judas es símbolo del discípulo que no renuncia al dinero; Pedro, por su parte, del que no renuncia al honor. Cuando un bautizado no sabe renunciar al dinero y al honor está en su vida historizando la traición o la negación que simbolizan estos dos discípulos de Jesús.

   Lo que se relata en este evangelio, sucedió durante la última cena. Si tenemos en cuenta que aquella cena, precisamente porque fue "la última" fue obviamente la cena de despedida; y además una despedida definitiva, ya que el mismo Jesús les dijo a sus amigos que ya nunca más cenaría con ellos en este mundo (Mt 26,29, se palpa que allí se vivía un momento dramático en extremo. Y fue, en aquel momento precisamente, cuando Jesús reveló dos secretos estremecedores relacionados con aquellos hombres que compartían la cena con él: uno de ellos le iba a traicionar, otro lo iba a negar. Es decir, Jesús sabía que estaba cenando con un traidor y con un cobarde. O algo peor, como enseguida vamos a ver.
    No es fácil saber con seguridad los motivos que tuvieron aquellos dos hombres (Judas y Pedro) para hacer lo que hicieron aquella noche. Lo más probable es que actuaron con tremendas dudas y oscuridades interiores. Judas terminó suicidándose (Mt 27, 3-10; Hech 1,18-19) y Pedro "lloró amargamente" aquella misma noche (Mt 26,75). Lo que no es seguro es que Judas (por el apodo de "Iscariote") perteneciera a los "sicarios" o revolucionarios violentos. Como tampoco es seguro que Pedro, por llevar el machete (con el que le cortó la oreja a un tal Malco) (Jn 18,10), se justifique su afiliación a la violencia revolucionaria de los galileos. 
    Sea lo que fuere de todo esto, lo que no admite duda es que Judas y Pedro, cuando se convencieron de que Jesús se entregaba sin oponer resistencia, eso era el indicador más claro de que no era el Mesías que ellos esperaban y querían. ¿Qué nos indica esto?
   Aquella noche y en aquella cena, se enfrentaron dos proyectos radicalmente opuestos. Si el Mesías era el Salvador, Judas y Pedro pensaban que la "salvación" tenía que venir mediante la resistencia, la lucha, el enfrentamiento, en definitiva, la violencia. 
    Jesús, por el contrario, estaba persuadido de que la sola política, la economía y la sola ciencia no salvan a este mundo. Si no tenemos "convicciones", que orienten nuestras vidas hacia la solidaridad, este mundo no tiene arreglo. Pero sabemos que "una convicción se define por el hecho de que orientamos nuestro comportamiento conforme a ella". Si no remediamos la aterradora desigualdad (en derechos humanos), es que no estamos "conven­cidos" de que eso es lo más urgente en este momento.

41 años del martirio de san Oscar Romero, obispo y mártir

La Iglesia después de 41 años, todavía emocionada, solo puede decirte: 'Gracias, Monseñor Romero'


DE LAS HOMILÍAS DE MONSEÑOR PIRONIO
Lunes Santo
Is 42,1-7 / Sal 26 / Jn 12,1-11
De una homilía del 14 de septiembre de 1971
     Hoy tiene que haber mucha paz, la paz de saborear en silencio la cruz que adorablemente Cristo nos alarga, su propia cruz. No otra que nosotros hayamos imaginado o inventado. No otra que los hombres hayan pretendido poner sobre nuestros hombros. La misma adorable y divina cruz del Señor.
    ¿Acaso nuestra vida desde el gozo inicial -un poco diríamos así como oculto- filial del Bautismo, no es como el comienzo de una cruz que va a ir agrandándose cada vez más y produciendo por consiguiente un gozo más luminoso y comunicable hasta desembocar en el gozo que nunca acaba? Pero habiendo de pasar por la cruz de un ocultamente y de una muerte. ¿Acaso, digo, el gozo bautismal no nace de la cruz?
    Nosotros gritamos con mucho gusto y es cierto: vivo pero no vivo yo sino que es Cristo el que vive en mí. Pero San Pablo pone esto como una consecuencia del versículo anterior: estoy clavado con Cristo en la cruz, es decir, me he hundido en el misterio de la muerte de Jesús, entonces participo de la fecundidad de la luz, del gozo de la resurrección. Vivo pero no vivo yo sino que es Cristo el que vive en mí.
    Hoy tiene que haber en nosotros mucha paz, tiene que haber en nosotros mucha alegría, tiene que haber en nosotros una irradiación silenciosa, muy simple pero muy palpable de la luz a través de la cruz aparentemente dura y cerrada y oscura. A través de la cruz brota la luz para el mundo: por la cruz a la luz. Mucha paz, mucha alegría, mucha luz.
El misterio de la cruz nos habla a nosotros de un misterio de gloria, de la glorificación.
El misterio de la cruz nos habla a nosotros de mucha fecundidad.
El misterio de la cruz nos habla a nosotros de mucha configuración con Cristo el Señor.
     Nos habla en primer lugar de mucha glorificación. ¡Qué formidable es la cruz! Es la gloria de la cual habla el mismo Jesús cuando dice: llega la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado. ¿Cómo es esa glorificación? Si el grano de trigo no cae en tierra y no muere queda solo pero si muere, entonces produce mucho fruto. La cruz marca la hora de Jesús. Hora de su máxima gloria pero una gloria que nace, que pasa por el corazón de una cruz pascual. Siempre la cruz es cruz pascual, cruz de gloria. Esa misma cruz de gloria que no entienden los discípulos cansados y tristes de Emaús. Esa cruz que tiene que ser iluminada desde la profundidad del Evangelio: ¿no sabíais que todo esto tenía que pasar al Hijo del hombre a fin de poder entrar en la gloria? Es el corazón de una cruz pascual. Si nosotros queremos vivir anticipadamente la gloria, si queremos después instalarnos en la gloria que nunca acaba, dejémonos crucificar adorablemente por el Padre. Iremos anticipando en la tierra el gozo de la visión. Iremos sintiendo nuestra propia glorificación en la medida de nuestro sufrimiento y de nuestra cruz. Pero de nuestra cruz saboreada en silencio. No de nuestra cruz proclamada, sino de nuestra cruz asumida, vivida, saboreada.
    La cruz es fecundidad. Es la fecundidad a la cual aludía recién en el pasaje de Jesús: Si el grano de trigo no cae en tierra y muere queda solo pero si muere entonces produce fruto. ¡Qué gozo tan grande llena el corazón de un alma pobre cuando siente que su vida es tan extraordinariamente rica para la Iglesia y para la salvación de todo el mundo simplemente porque se inmola en silencio y recibe adorablemente la cruz del Señor! ¡Qué bueno cuando uno no puede hablar ni decir ni hacer cosas grandes -y tampoco importa decirlas o hacerlas- pero el Señor adorablemente le da su cruz! ¡Qué bueno es sentir que su vida es extraordinariamente fecunda! ¡Qué bueno cuando un alma virginal se entrega en su soledad fecunda al Señor y sabe que va engendrando desde su virginidad muchas almas en Cristo! Muchas almas liberadas en el mundo precisamente porque vive en el gozo de la inmolación cotidiana. ¡Qué bueno sentir que todos los días el grano de trigo se hunde, se pudre, muere, pero van fructificando muchas espigas! ¡Qué bueno pensar que este sufrimiento y esta cruz mía está trayendo serenidad a un sacerdote que peligra, qué bueno pensar que esta cruz oculta mía está dando fecundidad al ministerio de un Obispo que lo necesita, qué bueno saber que en esta cruz mía vuelve a nacer otra vez la Iglesia como nació en la cruz silenciosa, serena, fuerte de María! ¡Qué bueno! ¡Mi vida es fecunda en la medida de mi cruz! Por eso no tengo que alejarme. No tengo que pedirla pero no tengo que quitarle el hombro a la cruz. Tengo que saborearla en silencio. Tampoco tengo que gritarla o proclamarla. Guardarla como un tesoro y hacerla producir. Abrir de par en par mi corazón para que el Señor la meta adentro y agarrarla fuertemente con las manos para que no se escape porque ahí viene la fecundidad.
Esta es la cruz que el Señor adorablemente quiere para mí.
    La cruz de la glorificación, la cruz de la fecundidad, la cruz de la máxima configuración a la imagen de Cristo.
Hemos sido configurados con su muerte dice el apóstol Pablo. Hemos sido hechos partícipes de su muerte, lo seremos también de su resurrección. Pero cotidianamente vamos siendo partícipes de su vida, de su ocultamiento y de su exaltación, cotidianamente. No solo es un esperar en el entierro definitivo que aparezca también la luz definitiva. Todos los días un alma que pasa por la cruz saborea la Pascua. Todos los días. Porque vamos siendo cada vez más semejantes al Cristo muerto y resucitado, al Cristo pascual. La cruz nos da la máxima configuración a Cristo mientras vivimos. ¿Qué sentido tiene nuestra vida si no es configurándonos cada vez más a la imagen de Jesús?
Desde el Bautismo en que empezamos a gritar PADRE porque el Espíritu empezó a formar en nosotros la imagen del Hijo hasta el cielo en que entremos y abalanzándonos gritemos con toda el alma PADRE para siempre, entre estos dos extremos el Padre va grabando cotidianamente en nosotros la imagen de Jesús. A través de la purificación, a través de la cruz, va sacando en nosotros perfecto el rostro de Cristo. En la medida de nuestro sufrimiento oculto. ¡Qué pena que nos resistamos! ¡Qué pena que movamos el rostro cuando el padre está grabando la imagen de su Hijo en nosotros! Dejemos que nos clave porque entonces sí seremos la presencia encarnada de Jesús entre los hombres. Pero con su misma serenidad y con su misma grandeza, con su misma fecundidad de comunicar a los hombres la paz. También nosotros podemos pacificar por la sangre de nuestra cruz porque la cruz no es nuestra, es la de Jesús.
Que la Virgen Nuestra Señora que permaneció serena y fuerte al pie de la cruz nos de a nosotros saborear también en el silencio esta cruz que nos da el gozo, la alegría y la luz.
    Solamente son fecundas las almas que viven silenciosas al pie de la cruz, como María.
    Es decir, la fecundidad nace de adentro y nace de la cruz pascual y solamente tienen derecho a ser felices las almas que viven en la profundidad interior y en el gozo sereno de la cruz.
    Nosotros también nos metemos en la misma cruz, en ese pedacito de la cruz verdadera del Señor que cada uno de nosotros tiene. Yo no sé cuál es la de ustedes. No sé la mía. El Señor nos da una partecita de su misma cruz. No la cambiemos ni deseemos la cruz de los demás, ni añoremos cruces pasadas. Esta es ahora la cruz verdadera del Señor para nosotros.
Y entre todos completemos lo que falta a la pasión del Señor y gritemos: Para mí no hay alegría más grande que la cruz del Señor Jesús, por quien el mundo es un crucificado para mí y yo soy un crucificado para el mundo.

Martes Santo
Is 49,1-6 / Sal 70 / Jn 13,21-33.36-38
De una homilía del 15 de abril de 1981
     El Señor va libremente a la Pasión. Él mismo lo dice: nadie me quita la vida, la doy por mí mismo, esa es la orden que recibí de mi Padre. Toda la Pasión de Jesús, todo lo que va a ocurrir estos días es Jesús que libremente, aceptando la voluntad del Padre ha querido devolvernos la vida, liberarnos del pecado y hacernos libres. Lo vemos a Jesús, el siervo de Yahvé que va a la muerte, el cual sin embargo tiene confianza porque el Padre no lo abandona.
     Nosotros hacemos nuestra la Pasión de Jesús. Nosotros también tenemos que acercarnos libremente a tomar la cruz que el Señor adorablemente tiene preparada para nosotros. No hay vida cristiana sin pasar por la cruz. Empezar a vivir en Jesús por el Bautismo es empezar un camino de sufrimiento. Por consiguiente, también para nosotros –claro, a una distancia infinita– hay una cruz, una pasión, porque el cristiano tiene que seguir al Señor. En esos momentos tenemos que recordar: si alguien quiere venir en pos de mí que se renuncie a sí mismo que tome su cruz todos los días y que me siga. Pero al mismo tiempo tener una gran confianza en la fidelidad del Señor que nunca falla.
La misma cruz es la que aparece en el canto del Evangelio: “Salve, Rey nuestro, obediente al Padre, fuiste conducido a la cruz como un cordero manso es conducido al matadero”.
    Pero el Evangelio trae una página muy triste. Es la página de Judas. Judas el que lo vende, que lo traiciona. No nos ponemos a discutir por qué lo hizo. Lo único que nos interesa hoy es que era uno de los doce, uno de los que habían sido particularmente elegidos por el Señor, amados por el Señor. Uno a quien Jesús todavía llamará en el Huerto de los Olivos “amigo”, y sin embargo lo traiciona. La página de hoy nos recuerda esto. Jesús está sentado a la mesa y tiene una gran tristeza, lo primero que dice es esto: en verdad os digo uno de ustedes me va a entregar.
     Nosotros hemos sido elegidos particularmente por el Señor y le seguimos muy de cerca. Ciertamente no seríamos capaces de hacer un acto como el que hizo Judas, pero tantas cosas de nuestra vida son también infidelidades al Señor, rechazos al Señor. Evidentemente, si alguien nos ofreciera traicionar al Señor por treinta monedas no lo haríamos. Pero hay tantas otras cosas que son traicionar al Señor, que se pueden comparar con las treinta monedas. Tantos actos de codicia, tantas faltas de caridad, tantas faltas de oración que son monedas.
     Hoy tiene que ser el día de la reparación. Debemos tener el deseo de vivir más en caridad, siguiendo más al Cristo crucificado, preparando nuestras almas con una purificación muy honda, para poder contemplarlo. Para aprovechar estos días es necesario mucho recogimiento, mucha contemplación del Señor, mucha oración y una alegre y serena entrega al Señor.
    En esta Misa pedimos muy especialmente que el Señor prepare nuestros corazones para vivir los días santos y nos prepare para la Pascua.

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