" ¡Comparte siempre y en todas partes la alegría del Evangelio que te hace vivir!"
Nuestra alegría nunca podrá ser completa en esta tierra. Seríamos muy cínicos y muy poco honrados si estuviésemos completamente alegres en un mundo como el actual. Pero la alegría que se nos da es saber que siempre, incluso en los peores momentos, hay razones para sentirla.Y como somos conscientes de que Dios cuenta específicamente con nosotros para realizar esa alegría, nos regocijamos con cada pasito que vamos dando hacia la alegría total.
La llegada de la hora (el día aquel) provoca que Jesús hable sobre el Padre. Sus palabras son llanas y diáfanas. En el texto, dos aspectos son incondicionales: el primero, los discípulos son amados por el Padre. La exigencia es la fidelidad a las enseñanzas de Jesús. El otro, consiste en explicitar la convicción creyente sobre el maestro de Nazaret y su itinerario (Cf. 3, 14-16): compartir su destino, la cruz, como clave de un discipulado auténtico.
Para nosotros, la venida de Jesús desde el Padre y su retorno a Él, significa que Jesús es la “revelación” de Dios, y es el “acontecimiento de humanización integral” que el Padre envió al mundo. Revelación y humanización, son dones de Dios, pero también, proceso humano.
Este evangelio nos enseña que Jesús es el “acontecer” de Dios, y en Él, nosotros encontramos la salvación, es decir, el logro de las aspiraciones y anhelos más profundos del ser humano. Esta es la densidad de la “alegría” en el Evangelio de Juan.
¿Nuestra vida cristiana transmite la alegría de Jesús?
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