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Un dato sobre Jesús, que, paradójicamente, parece muy histórico, es que fue un «sanador», algo más todavía que un «curandero». Tal es la insistencia de los evangelios en ese aspecto. Claro, en aquellos tiempos precientíficos, y en aquellas latitudes palestinas, donde la rigurosidad de la nueva medicina griega de Hipócrates no llegaba, ser sanador era un asunto no de estudios, sino del misterio de un carisma personal que Jesús parece que, con seguridad, tuvo. No podemos por tanto dar muchas explicaciones, no sabemos qué es lo que pasó.
Hoy los estudios neotestamentarios son muy poco dados a la credulidad. Son muy pocos los milagros de Jesús de los que se piensa hoy que tienen como base un hecho histórico, y aun ésos no se piensa que fuesen realmente milagrosos, pues hoy sabemos mucho de los fenómenos psicosomáticos, que pueden ser provocados especialmente por los sentimientos religiosos.
Lourdes, con su consejo médico científico para avalar las «curaciones milagrosas» que allí se certifican cada año, puede ser un ejemplo: puede ser ciertamente que algunas, o incluso muchas, de las curaciones que allí ocurran sean realmente inexplicables, pero eso no significa que sean milagrosas, sino, sólo, eso: que son inexplicables. Con el caso del carácter de sanador de Jesús no necesitamos irnos tan lejos; al fin y al cabo, nuestra fe no se basa en curaciones inexplicables que ocurrieran hace 2000 años. Hoy, Jesús, si estuviera aquí y tuviera ya la visión científica que tenemos en el siglo XXI, nos pediría que fuésemos más críticos. Ser cristiano tiene que ser otra cosa más seria.
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