Después de proclamar las bienaventuranzas, Jesús da a conocer lo que piensa y espera de sus seguidores: aunque sean un grupo ínfimo dentro del vasto Imperio Romano, han de ser la “sal” que necesita la tierra y la “luz” que le hace falta al mundo.
Tanto la sal como la luz no pueden permanecer aisladas u ocultas, porque entonces no sirven para nada. La sal necesita entrar en contacto con los alimentos para darles sabor y evitar que se corrompan, y la luz debe ser colocada en lo alto para iluminar.
Tanto la sal como la luz no pueden permanecer aisladas u ocultas, porque entonces no sirven para nada. La sal necesita entrar en contacto con los alimentos para darles sabor y evitar que se corrompan, y la luz debe ser colocada en lo alto para iluminar.
Al respecto, el Papa Francisco dice: “Prefiero una iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle que una iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades” (Evangelii Gaudium 49).
El texto termina con un llamado a evitar el orgullo y la vanidad: la práctica de las buenas obras no debe llevarnos a la arrogancia. La misión del discípulo es ser luz y sal… para la mayor gloria de Dios.
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No se han producido víctimas
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