La mayoría de las personas tendemos a ocultar nuestra realidad personal o familiar. Nos cuesta enormemente ser trasparentes, diáfanos, auténticos. Pero la luz, de la que habla el evangelio, es la que nos pone en evidencia.
Cuando se asume el mensaje de Jesús plenamente, con verdad, es muy difícil mantener doble moral. Por otra parte, se tiende a juzgar, señalar y condenar al otro con mayor rigurosidad que a uno mismo. Jesús llama la atención sobre esta actitud. Seremos juzgados con la misma severidad con que lo hacemos con los demás. La última sentencia del evangelio nos invita a tomar conciencia de todos los dones, potencialidad y cualidades con que Dios nos ha dotado a cada uno. De la misma manera se nos exigirá.
¿Qué hemos hecho con todo lo que el Señor nos ha regalado y regala a cada momento?. Todos los dones recibidos, materiales, intelectuales, emocionales, culturales, profesionales y afectivos, son para gastarlos al servicio del Reino, especialmente de los hermanos que más sufren, no para acapararlos egoístamente.
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