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El relato del evangelio nos ofrece diversas enseñanzas. Centrémonos en el amor del centurión por su siervo enfermo, que lo lleva a “interceder” o “abogar” ante Jesús. Hace a un lado la superioridad de su cargo e invierte tiempo, energías, recursos, ocupándose de salvarle la vida a su servidor.
Además de enseñarnos sobre la sensibilidad que hemos de desarrollar para ayudar a otras personas, nos recuerda la fuerza que tiene la intercesión realizada con fe.
¿Cuántas veces solemos interceder por otros? Nos gana más bien la indiferencia y la falta de fe, porque no creemos que las cosas puedan cambiar o mejorar. La convicción del extranjero, sabiendo que puede hacer algo por su siervo, se gana la alabanza de Jesús; se convierte en una lección para nuestras sociedades donde todo se relativiza, incluidas la vida y la fe.
El creyente ha de apoyarse no sólo en la fe en Dios, sino en la fe en sí mismo y en la humanidad. Intercede con fe por quien más lo necesite.
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