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14 de septiembre
La Exaltación de la Cruz, símbolo de amor divino
Estamos en la «fiesta» (litúrgica) de la «Exaltación» de la Santa Cruz. Se trata de ese signo que identifica al cristianismo mundialmente, como la media luna identifica al islam o la estrella de seis puntas formada por dos triángulos equiláteros superpuestos inversamente –la estrella de David– es el emblema del judaísmo.
La cruz ha tenido en la historia casi tanto valor como el Cristo que en ella fue crucificado. «La señal de la cruz» ha espantado al demonio, ha alejado las maldiciones, ha «persignado» a todos los devotos, ha sido trazada millones de veces en el aire derramando bendiciones bienhechoras.
En la religiosidad popular, Cristo ha sido sobre todo el sufriente, el condenado, azotado, crucificado, varón de dolores, muerto entre sufrimientos insoportables. La cruz ha sido el signo del dolor, tanto del de Cristo como del universal. Para los cristianos, el sufrimiento de Cristo tiene referencia universal.
La inevitable dimensión dolorista de la cruz, hace que su «exaltación» no deje de implicar problemas.
El primer gran peligro es esa misma «exaltación» de la cruz, por lo que pueda tener de exaltación del sufrimiento por el sufrimiento, como si tuviera un valor cristiano por sí mismo. Aún se conserva en buena parte del pueblo cristiano una imagen de Dios dolorista y amante del sufrimiento, que parece alegrarse cuando ve sufrir, o que sólo otorga su gracia o su benevolencia al ser humano a cambio de sufrimiento. La exaltación de una cruz que incluya –consciente o inconscientemente– una imagen de Dios así, no sería una exaltación cristiana.
Es un gravísimo problema esa teología, que aún está ahí, según la cual Dios envió a su Hijo al mundo a sufrir, a sufrir horrorosamente, porque ese Hijo sería de ese modo el único capaz de ofrecer una reparación infinita a la dignidad de Dios Padre ofendida por el ser humano en un «pecado original» (que históricamente no tuvo lugar)...
Sin fundamento real en el evangelio, esta teología apareció con el paso de los primeros siglos, y fue san Anselmo de Canterbury (siglo XI) quien le dio la re-configuración definitiva con que ha llegado hasta nosotros mismos, en nuestros catecismos infantiles. Es la visión clásica de la «redención», la muerte de Jesús en la cruz redentora, que «paga» con su sufrimiento al Padre, para que éste acceda a restablecer el buen orden de sus relaciones con la Humanidad. Estrechamente unida a esta teología está la idea del «sacrificio» de Cristo en la Cruz. Una teología que hoy día evidencia una imagen de Dios que resulta inaceptable.
La cruz de Cristo no debiera ser utilizada como símbolo de todo aquello que en nuestra vida humana hay de limitación estructural, de finitud natural. Esta es una dimensión natural de nuestra vida humana («las cruces de la vida»), y la cruz de Cristo no tiene nada de «natural», sino que todo lo tiene de «histórico».
La cruz de Cristo no fue un «designio de Dios», sino un designio humano, estrictamente humano. Jesús, por su parte, tampoco buscó la cruz: «Pase de mí este cáliz», y nunca deberá ser buscada la cruz, por sí misma, por parte de sus discípulos. Ni Dios, ni Cristo «aman la Cruz», ni nosotros debemos «amarla», sino que, al contrario, debemos «combatirla».
La tarea del cristiano, como la de Jesús, es, precisamente, combatir la cruz, liberar del sufrimiento al ser humano. Claro que, al luchar contra la cruz ocurre que se levanta la animosidad de los que están interesados egoístamente en los mecanismos de opresión, personas y estructuras que imponen una cruz sobre quienes luchan por liberar al ser humano de toda cruz.
No hay que buscar la cruz, aunque no hay que retroceder un milímetro en la Verdad y en la lucha por la Justicia, por el miedo a la cruz que nos impondrán…
La tarea del cristiano, como la de Jesús, es, precisamente, combatir la cruz, liberar del sufrimiento al ser humano. Claro que, al luchar contra la cruz ocurre que se levanta la animosidad de los que están interesados egoístamente en los mecanismos de opresión, personas y estructuras que imponen una cruz sobre quienes luchan por liberar al ser humano de toda cruz.
No hay que buscar la cruz, aunque no hay que retroceder un milímetro en la Verdad y en la lucha por la Justicia, por el miedo a la cruz que nos impondrán…
En definitiva, lo que necesitamos exaltar no es la cruz, sino el coraje de Jesús, que optó por el Reino y por el amor, sin temor a la cruz que previó y estaba seguro que le iban a imponer.
La exaltación de la fidelidad de Jesús a la Causa del Reino es el verdadero contenido de esta fiesta.
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